Alberto Gómez Font

¿Eso de distorsionarse no es lo que le pasa a uno cuando se le tuerce el tobillo? ¿O es dislocarse…? ¿O acaso ninguna de las dos y es un esguince? Sea como sea, lo más molesto es ese dolorcito que se nos queda ahí durante unos días, y la absolutamente inelegante cojera consecuente.

En el Diccionario de 1936 apareció por primera vez la voz distorsión ‘torsión de una parte del cuerpo’, y catorce años después, en 1950, se amplió la definición con estos otros dos significados: «Deformación de una onda durante su propagación y cuyo resultado puede apreciarse, por ejemplo, en las imágenes ópticas y en las transmisiones telefónicas. // Medicina. Esguince». Ya en 1992 se le añadió un párrafo más: «Acción de torcer o desequilibrar la disposición de figuras en general o de elementos artísticos, o de presentar o interpretar hechos, intenciones, etc., deformándolos de modo intencionado». Y ese mismo año se incorporó al Diccionario el verbo distorsionar.

Sobre distorsionar se decía hace treinta y siete años en el Manual de estilo de la Agencia Efe: «No existe este verbo en nuestro idioma. Empléese deformar, desvirtuar, tergiversar, retorcer, torcer, desfigurar, etc.» Advertencia que se mantuvo algunos años, ocho, para ser exactos, y se cambió por esta otra: «Aunque la Academia ya ha registrado y aceptado este verbo, deben preferirse deformar, desvirtuar…». Y es curioso constatar que eso se sabía gracias a algunos informadores de la Real Academia Española, pues, aunque aceptado, aún no había llegado al Diccionario; pero el Departamento del Español Urgente tenía la suerte de poder estar en la vanguardia del uso del español.

Tanta era la manía contra ese verbo, que se mantuvo la lucha contra él hasta el 2008. Así fue como se intentó una vez más, sin lograrlo, distorsionar la cruda realidad: ese verbo había llegado para quedarse.

Pero los maniáticos del buen uso del español seguimos evitando las palabras que nos disgustan, y preferimos usar otras más nuestras, como deformar o tergiversar. Y esperamos que nuestro esfuerzo y nuestros consejos no pasen inadvertidos, voz esta última que usamos siempre en lugar de desapercibidos.

Mi relación íntima con desapercibido tuvo su gran momento en Tijuana, una noche de junio del 2001. Estaba en la casa de mi amigo y hermano Jorge de Buen Unna y ya había pasado la medianoche; su esposa y los niños estaban ya descansando en sus aposentos, y él y yo continuábamos nuestra charla —era la primera vez que nos veíamos en carne y hueso— mientras nos tomábamos una botella de tequila reposado. De pronto Jorge interrumpió la conversa para exclamar: « ¡Te tengo desapercibido!». Yo tardé unos cuantos segundos en procesar esa información, mas enseguida vi que mi caballito (así llaman al vasito donde se bebe el tequila) estaba vacío; miré a Jorge, que ya empezaba a reírse, y los dos estallamos en una carcajada cómplice; instantes después le pedí que me apercibiera, y él volvió a llenar mi copa. Ambos somos amantes del buen uso del español, y esa broma lingüística suya hizo que volviéramos a brindar y siguiéramos hablando de nuestras manías idiomáticas.

Por aquel entonces los que nos dedicábamos a revisar y corregir textos periodísticos teníamos la obligación de intentar cerrarle el paso al uso de desapercibido con el significado de ‘inadvertido’, y algunos, aunque la batalla ya hace tiempo que se perdió, seguimos empeñados en no confundir esas dos palabras.

Soy muy consciente de que mis inadvertidos pasan inadvertidos, y de que quienes me escuchan hablar, por más que los repita, los convierten en desapercibidos, pues es un ejercicio que practico con mucha frecuencia y, siempre, compruebo que no sirve absolutamente para nada. ¿Qué le está pasando a la gente? ¿Tan difícil es escuchar con atención a quienes somos unos maniáticos del buen uso del idioma? En fin… ¿O es que no todo el mundo está suficientemente apercibido para percibir esos mensajes?

No hay que olvidar que, aún hoy, en la lengua culta, desapercibido es la persona o la cosa que no está provista de lo necesario para algo. Y, lo más importante: cuando tengan invitados en su casa, no los dejen nunca desapercibidos; tengan sus copas siempre llenas.

Alberto Gómez Font
Patrono de la Fundación Duques de Soria de Ciencia y Cultura Hispánica
De la Academia Norteamericana de la Lengua Española

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