Soria, 28 de octubre de 1991

Para Doña Margarita y para mí el hecho de estar en Soria, ya lo suponen ustedes, constituye una satisfacción muy especial. Con ello renovamos satisfacciones pasadas, gozamos de instantes irrepetibles y nos sentimos, en todo momento, entre los sorianos como entre amigos entrañables con los que compartimos mucho más que el nombre que llevamos: Compartimos su coraje a la hora de afrontar los problemas y también su esperanza de irlos resolviendo. Hace cuatrocientos años Soria, ligada a su tradicional actividad ganadera, ocupaba un lugar muy destacado en el mundo mercantil europeo, y luego, tras una crisis profunda, supo renovar su capacidad emprendedora en el marco de los proyectos ilustrados que vieron la luz durante los fecundos reinados de Fernando VI y Carlos III. Y si lo hizo entonces, ¿por qué no ha de hacerlo ahora, de nuevo, frente a una problemática que, aunque ahonde sus raíces en el pasado, aparece en un contexto tan favorable como el actual?. Sin duda, los rectores de la Fundación Duques de Soria y los de Caja Salamanca y Soria lo han tenido muy en cuenta a la hora de organizar estas Jornadas que tenemos la satisfacción de inaugurar.

Hace unos instantes escuchábamos al profesor Bustos unas instructivas palabras acerca de lo que ha supuesto, probablemente, una de las pasiones de su fecunda obra de economista, es decir, Castilla y su futuro. Creemos poder afirmar que desde Soria es posible, tal vez mejor que desde cualquier otro punto de Castilla, abordar esa problemática y, como decíamos antes, ir encarando las posibles soluciones.

A orillas del Duero recién nacido, Soria es la cabecera de la mayor cuenca hidrográfica de la Península, con una superficie que alcanza casi los cien mil kilómetros cuadrados y que además tiene dimensión internacional.

A la Infanta y a mí nos ha agradado especialmente que los organizadores de estas Jornadas lo hayan tenido en cuenta y que así, ahora, se encuentren junto a nosotros los mejores especialistas portugueses en las cuestiones que van a ser debatidas a lo largo de estas Jornadas. Por ello, para subrayar esta presencia que tanta satisfacción nos produce, nos van a permitir que nos dirijamos a ellos en la lengua de Camoens y de Pessoa.

Para la Infanta y para mí constituye una satisfacción muy especial contar aquí con la presencia de ustedes, que representan a Portugal, país que ambos consideramos nuestra segunda patria. Para Doña Margarita ya lo era, pues ha pasado en las cercanías de Lisboa, junto a ese Atlántico que tantas glorias ha dado a Portugal, una parte sustancial de su vida, pero ella me ha transmitido de tal modo su pasión por Portugal y todo lo portugués, que desde nuestra boda -que tuvo lugar también allí- no hemos dejado de pasar largas temporadas en cuanto nuestros deberes nos lo permiten.

Pero, si hemos de ser sinceros, tenemos la convicción de que la invitación que ustedes han recibido no es totalmente altruista. Pues creemos que, si su presencia aquí es celebrada unánimemente por todos, ello se debe también a que, sin la presencia de los responsables portugueses del medio ambiente, no sería posible abordar ninguno de los problemas que aquí van a plantearse. Ni los problemas, ni las soluciones. Los problemas medioambientales no saben de fronteras, ni de divisiones administrativas. Pero ahora, situados en el marco de las Comunidades Europeas, donde cada decisión ha de tomarse democráticamente, todo parece -y tal vez con razón- mucho más fácil. Por ello les agradecemos tanto su presencia y, sobre todo, el concurso de sus experiencias y opiniones a lo largo de las Jornadas.

El medio ambiente es un concepto amplio que engloba toda una serie de elementos materiales y abstractos completamente interrelacionados entre sí. Básicamente es un sistema muy complejo donde cualquier entidad tiene cabida y donde cada unidad que lo compone cumple un papel fundamental.

En este contexto se establecen nuestras sociedades, actuando como entes dinámicos que poseen multitud de canales permanentes de intercambio con el medio, el cual manejan y controlan, pero del que necesariamente dependen.

Por ello, poseer un entorno saludable y rico en recursos debe ser uno de los objetivos fundamentales que deben situarse en la base de todo progreso como premisa imprescindible para el desarrollo de las sociedades. Sin embargo, este desarrollo completamente necesario y útil se plantea desde una perspectiva estrictamente económica.

Los recursos naturales disponibles se explotan desde la óptica del máximo rendimiento y beneficio y, si bien los logros conseguidos son evidentes, a la hora de hacer balance nos olvidamos de poner en el debe el daño irreparable que causamos a nuestro entorno.

El proceso de toma de conciencia surgido en los últimos años sobre la necesidad de encontrar soluciones compatibles con la conservación del medio, ha provocado el replanteamiento de muchas políticas, donde el concepto de explotación sostenida de los recursos naturales comienza a situarse en un lugar prioritario dentro de los nuevos planes económicos.

Es necesario buscar un equilibrio entre conservación y explotación; seguir adelante con el desarrollo económico pero sin alterar de forma irreversible los ecosistemas. La riqueza de nuestro planeta es limitada y por tanto es hora ya de acabar con aquellas actividades que dilapidan nuestros preciados recursos y que impiden a futuras generaciones disfrutar del bienestar que nosotros hemos conseguido. No se trata de ir contra el progreso, sino de evitar que sea el progreso irracional el que consuma a los pueblos en una insensata carrera hacia el agotamiento de las fuentes de riqueza.

De hecho las consecuencias de este progreso configuran un cuadro de problemática ambiental preocupante, cuyos efectos hay que cuantificar a escala global.

La Cuenca del Duero, inmersa en esa globalidad como componente del sistema ambiental, no es ajena a este fenómeno. Hechos como la deforestación y la consiguiente pérdida de recursos hídricos, la contaminación de ríos y aguas subterráneas, la erosión, … deterioran paulatinamente el entorno físico.

Incluso los problemas sociales llevan asociado un componente ambiental: La crisis de los sistemas tradicionales de explotación, la emigración y el despoblamiento son, en definitiva, la pérdida de una cultura ecológica conseguida a través de generaciones que aprendieron a utilizar el medio racionalmente.

Las soluciones, las alternativas, deben generarse aplicándose eficazmente, pero procurando que no tengan un carácter sectorial. Si efectivamente nuestro espacio ambiental es sólo uno y global, los países deben unirse para diseñar programas y estrategias comunes. El medio ambiente no entiende de fronteras ni barreras administrativas y como tal hay que tratarlo.

Por ello, la celebración de encuentros y jornadas internacionales, como éstas que hoy inauguramos, significa abrir una puerta al diálogo, a la coordinación y al trabajo conjunto, pues gracias al intercambio de experiencias y a la unificación posterior de criterios llegaremos a ese desarrollo armónico compatible con la conservación del medio ambiente a que todos aspiramos.

Pero, además de ello, confiamos también en que esta clase de acontecimientos impulsen la educación medioambiental entre nuestros jóvenes, generen una amplia sensibilización ciudadana ante esta clase de problemas y, en definitiva, potencien el espíritu emprendedor de nuestros ciudadanos y ciudadanas para que sean ellos mismos, en el uso de sus libertades, quienes tomen el futuro en sus manos.