Gante, 24 de noviembre de 1990
La Infanta y yo estamos muy orgullosos de que la Fundación que lleva nuestro nombre haya decidido honrar el de Carlos V, dotando una cátedra que, en recuerdo del gran Emperador, enseñe, aquí en Flandes, la historia de la lengua y de la cultura españolas.
Ello quizá permita que a muchos flamencos les ocurra lo mismo que al propio Emperador: Que siendo el neerlandés su primera y hermosa lengua, vaya a ser el castellano, el español, su lengua de elección; y tal vez, como a él, si es que hay suerte, la cultura española les conquiste y acaben por amar lo español tanto, o al menos casi tanto, como su ilustre compatriota lo amó hace quinientos años.
Esta posibilidad nos llena de satisfacción y se une a la alegría que sentimos de estar aquí, entre Vds., nada menos que en la Universidad de Gante, en pleno corazón de Flandes.
Los españoles, como el resto de los europeos, solemos llamar al Carlos V, niño y adolescente, al joven duque de Luxemburgo para hablar con propiedad, Carlos de Gante. Y ello porque Carlos, primer hijo varón del archiduque Felipe de Austria y de Borgoña, y de la princesa Juana de Aragón y de Castilla, nació aquí, en Gante, en febrero del año 1500.
Por lo que sabemos, Gante imprimió en el futuro emperador un profundo carácter flamenco. Hablando y pensando en neerlandés, como cualquier otro hijo de esta ciudad, el joven duque de Luxemburgo pasó en ella uno de los períodos más largos de toda su azarosa vida. Él, el monarca itinerante por excelencia, residió aquí, sin interrupción, desde su nacimiento hasta, más o menos, el fin de su adolescencia.
Por eso, cuando en 1517 llega al puerto de Villaviciosa, en la costa del Cantábrico, para hacerse cargo de la corona castellana, Carlos I -así será conocido por sus súbditos castellanos- lo hace acompañado de un nutrido séquito flamenco, como corresponde a quien ha vivido siempre hasta entonces rodeado de gentes de este país.
Con todo, este país árido, montañoso, escasamente cultivado, con una población que en el campo no escondía los rasgos orientalistas que habían impregnado su cultura durante los últimos ocho siglos, conquistó a Carlos de Gante.
Pero tal vez lo que más cautiva a Carlos, es que Castilla, que junto con Aragón acaba una larga reconquista de ocho siglos en su propio territorio y emprende la colonización de todo un continente, resulta ser el reino más apropiado, de entre todos los estados que componen sus dominios, para recibir el ideal caballeresco de esa Corte de Borgoña, refugiada en Flandes, y que aspira nada menos que a reconstruir, en la Europa de comienzos del siglo XVI, el imperio de Lotario. Y el peso de la política de Carlos, la defensa de la cristiandad, recaerá tanto sobre Castilla como sobre Flandes, casi por igual.
Pero en realidad, el encuentro entre españoles y flamencos se ha producido mucho antes. Desde mediados del siglo XV, el comercio de las lanas castellanas y de los paños flamencos ha acercado tanto a ambos que, primero en Brujas y luego en Amberes reside, desde entonces, una abigarrada multitud de mercaderes españoles, vascos los unos, castellanos los otros; al tiempo que, en los principales puertos cantábricos o andaluces, o en las ricas ciudades del interior de Castilla, los flamencos se hacen cada vez más presentes, y no solo como pintores o tallistas que decoran las capillas o las iglesias levantadas a expensas de la nobleza o de los ricos mercaderes locales.
En ambos casos su modo de vida es muy similar al que Sombart atribuyó a otros mercaderes europeos de aquel tiempo. Pero la ambivalencia de sus espíritus, el emprendedor y el religioso, habrían hecho soñar a Weber si hubiera conocido más de cerca estas comunidades de mercaderes católicos, asentados a orillas del Escalda, libremente asociados para rendir culto a la Santa Cruz o a la Virgen de la Piedad, en los templos franciscanos, mientras contratan expediciones de lana o celebran el feliz arribo del último de los fletes contratados.
Gracias a Flandes, nuestros burgaleses, segovianos, o sorianos, lo mismo que nuestros bilbaínos o vitorianos, se han hecho cosmopolitas, porque detrás de este comercio floreciente están las ferias de Medina, de Lyon o de Besançon, y las de las plazas italianas como Venecia, Florencia o Turín.
Este mundo emprendedor conoce así, en el siglo XVI, su propio siglo de oro de las letras… de cambio, claro está. Y no olvidemos que el comercio serio prefiere siempre la paz, porque tiende a operar en la estabilidad.
En todo caso, para los españoles resulta inconcebible imaginar su propia historia si se excluye la de su relación con Flandes.
¿Hubiera sido Velázquez el mismo que hoy conocemos sin el trato y los consejos de Rubens que tanto le incitaron a realizar sus viajes a Italia? Y, a la inversa, ¿serían las obras de Rubens las mismas que conocemos sin su etapa de copista de Tiziano en sus largas estancias españolas?
¿Y qué decir de las catedrales, iglesias y conventos castellanos, privados de las mentes que los concibieron y las decoraron o de las técnicas constructivas que se emplearon en su edificación?. ¿Serían las catedrales de Palencia o de Toledo las mismas que hoy conocemos sin Juan de Flandes o Juan de Borgoña?
¿Cabría imaginar acaso la rapidez de la evangelización de la Nueva España, sin la intervención de Fray Pedro de Gante y sus compañeros flamencos, acostumbrados al manejo de varias lenguas y, por lo tanto, los primeros en aprender, valorar y entender las propias lenguas de los indígenas?.
Son tantas, en fin, las coincidencias culturales, y tantas las relaciones fructíferas entre Flandes y Castilla en el pasado, que nos parece asegurado el éxito de cuantas acciones culturales se emprendan para el futuro.
Es por ello por lo que tenemos la convicción, la Infanta y yo, de que esta cátedra Carlos V, que acaba de inaugurar el profesor Manuel Alvar, Director de la Real Academia Española, insigne lingüista y patrono también de nuestra Fundación, va a tener un gran éxito a lo largo de una vida que le deseamos -y procuraremos que sea- dilatada.
Para ello, sabemos que contará siempre con el apoyo del marqués de Valdecañas, Presidente de la Fundación, de la Caja de Soria, cuyo Presidente, Fernando Modrego, también nos acompaña en esta ocasión, y de los tres Rectores universitarios, presentes hoy también aquí, y todos ellos Patronos de la Fundación: el profesor Guillermo García-Valdecasas, Rector del Real Colegio de San Clemente de los Españoles de Bolonia, en Italia (mi Colegio); el profesor Ernest Lluch, Rector de la única Universidad Internacional que tenemos en España y gran historiador; y el profesor Fernando Tejerina, Rector de la Universidad de Valladolid, eminente científico, cuya Universidad acaba de iniciar una más estrecha colaboración con la Fundación en nuestra sede de Soria.
Con estos apoyos, ya comprenderán Vds. lo animados que hemos llegado a Gante Doña Margarita y yo, y les será más fácil entender que nos hayamos animado a preparar estas cuartillas que les leo.
Pero lo cierto es que nada hubiera sido posible sin el concurso de dos fuertes voluntades: La de la Universidad de Gante, tan dignamente representada por su Rector, el ilustre Profesor Leon de Meyer, para quien reservamos lo mejor de nuestro afecto y el mayor de nuestros agradecimientos; y la voluntad, esta ya extraordinaria por la intensidad de su pasión por lo hispánico, del Profesor Jacques De Bruyne, que va a ser el primer titular de la Cátedra.
Sin duda, todos Vds. conocen al Profesor De Bruyne: su capacidad intelectual, su prestigio como lingüista y como hispanista, su gran simpatía, y su pasión por España; pero tal vez no tantos conozcan lo que de él pensamos en España.
Pues bien, se lo vamos a decir: Nosotros pensamos que el Profesor De Bruyne es, por voluntad propia, un hispano-flamenco, una de esas personas excepcionales que, sin renunciar ni un ápice a su patria de origen -este hospitalario Flandes, en su caso- han consagrado a su patria de elección lo mejor de sí mismos. Y ello sin considerar la mayor facilidad o dificultad de su cometido, iniciado, en el caso de De Bruyne, allá por los años 60.
Por todo ello creemos que podemos augurar un gran futuro a esta Cátedra. Tengan la seguridad de que La Infanta y yo haremos cuanto podamos para contribuir a un éxito que nos llenará de satisfacciones y que deseamos de todo corazón.