Soria, 5 de febrero de 2009

Espero no decepcionar al Claustro al que tengo el honor de incorporarme en este acto, porque mi discurso será breve, y no responderá a los cánones académicos. Con mis palabras no voy a desvelar nuevos conocimientos a quienes son profesionales del saber y de la docencia. Pero sí espero ser capaz de transmitir algo de lo mucho que ahora siento.
El cúmulo de sensaciones que me llena con ocasión de esta solemne ceremonia es, créanme, casi abrumador. Porque, al señaladísimo honor de ser investida Doctora Honoris Causa, se suman muchas y muy especiales circunstancias.
La primera, que esta investidura tiene lugar bajo la Presidencia de Vuestra Majestad, también Doctora Honoris Causa por la Universidad de Valladolid desde 1986. Saber que estoy siguiendo los pasos de alguien que es para mí y para toda nuestra familia ejemplo admirable de buen hacer, me llena de legítimo orgullo.
Después, está la circunstancia de que me acompaña en este honor mi esposo el Duque de Soria, que también junto a mí va a ser investido Doctor Honoris Causa. Tras compartir tantos momentos importantes desde hace treinta y seis años, hoy compartimos algo que en nuestra vida en común se alzará como un nuevo hito: el honor de recibir al mismo tiempo el máximo grado académico de una de las Universidades más antiguas de Europa, que es tanto como decir del mundo, porque la institución universitaria es una de las más importantes aportaciones de la cultura europea a la humanidad.
Aún hay más. Se da la circunstancia de que esta investidura tiene lugar en Soria, ciudad y tierra a la que mi esposo y yo estamos íntimamente ligados, no sólo porque en nuestro título llevamos su nombre unido inseparablemente al nuestro, sino sobre todo porque llevamos a Soria en nuestro corazón. Y esta circunstancia de estar en Soria no es sólo una coincidencia amable, sino que constituye una extraordinaria excepción, porque es la primera vez que este honor se otorga fuera de Valladolid.
Y sigo. El hecho de que dentro de Soria la Universidad hoy se haya trasladado del Campus a este Convento de la Merced, sede de la Fundación que constituimos mi esposo y yo hace veinte años, es una deferencia absolutamente extraordinaria, y hace de esta doble investidura la forma más visible de subrayar que este Antiguo Convento no es sólo la casa de nuestra Fundación, sino también la de la Universidad, y que es el lugar común desde el que ambas instituciones han acometido juntas tantas iniciativas, algunas tan unidas a esta casa como la Residencia Universitaria que tenemos aquí en común, y que Vuestra Majestad nos hizo el honor de visitar en 1999 junto a Su Majestad el Rey.

Pero eso no es todo. Recibir este Doctorado por la Facultad de Traducción e Interpretación (única Facultad universitaria que hay en Soria) es, en mi caso, especialmente indicado. Porque desde que era muy niña desarrollé -cosas del exilio- un especial amor por la lengua de mis padres, que sólo pudimos aprender en casa, pero también por otras lenguas que oía próximas. Y desde entonces son varias las lenguas que me resultan propias. Eso me ha llevado a desarrollar cierta facilidad para su aprendizaje, y a que me desenvuelva con cierta normalidad en ocho lenguas además del castellano. Es decir, que precisamente la disciplina académica en que mejor podría decirse que cumplo con el requisito de ser docta es la propia de la Facultad que me recibe como Doctora Honoris Causa.
Y ello me lleva a referirme a la penúltima de las especialísimas circunstancias que concurren en esta investidura. Porque no es por mis méritos personales, ni porque yo sea más o menos docta en lenguas, por lo que se me otorga este título de Doctora.
No. Todos ustedes han oído a la Doctora Fernández Nistal explicar con claridad que los méritos para este otorgamiento no son los míos personales, sino los de la Fundación cuya Presidencia de Honor comparto con mi marido. Con enorme amabilidad y generosidad, mi madrina académica nos ha atribuido, al Duque de Soria y a mí, los amplísimos méritos que en sus veinte años de vida acumula nuestra Fundación.
Pero tanto mi marido como yo sabemos bien que sólo somos el espejo en que se refleja la potencia intelectual de quienes a lo largo de dos décadas han aportado su caudal de sabiduría a las iniciativas de nuestra Fundación, admirablemente gestionada por un equipo humano cada vez más eficaz y más sólido.
El Duque de Soria y yo sólo hemos aportado a la Fundación, aparte de su idea fundacional dirigida a contribuir desde la cultura al desarrollo de esta tierra cuyo nombre compartimos, nuestro aliento, nuestro entusiasmo, nuestra vocación de contribuir a facilitar la libertad de los demás, nuestro respeto por todas las ideas basadas en el estudio y en el análisis, y nuestro rechazo frontal a cualquier forma de imponer ideas que no sea el debate limpio y la convicción intelectual.
El que nuestra Fundación, de la que mi esposo y yo somos parte desde hace veinte años, y que desde hace veinte años es parte de nosotros, haya merecido por partida doble el máximo grado académico, el Doctorado, nos llena de satisfacción, pero también de humildad. Porque somos perfectamente conscientes de que sin ese pujante acervo de actividad intelectual que se da cita regularmente en ella, ni mi esposo, ni yo, ni ustedes, estaríamos hoy en esta doble ceremonia de investidura.
Por cierto, no se me ocurre mejor manera que esta ceremonia, presidida por Vuestra Majestad, para celebrar el vigésimo aniversario de nuestra Fundación, que se cumple dentro de pocos días, el próximo 1 de marzo. Y esa celebración anticipada de aniversario es la última de las circunstancias especialísimas que concurren en este acto. Entenderán ahora por qué esta ceremonia está para mí tan cargada de emoción.
He repetido muchas veces que los honores conllevan responsabilidad, y que esta es tanto mayor cuanto mayores son aquellos. Pues bien, la Fundación, como el Duque de Soria y como yo misma, trataremos ciertamente de responder como es debido al alto honor que hoy recibimos, tan sobresalientemente subrayado y amplificado por las circunstancias que acabo de describir.
En nuestra familia lo universitario es sinónimo de superación, de formación, de capacidad y de excelencia. Y representa para nosotros el lado más positivo y luminoso de la humanidad. Así que la mejor lectura que podemos dar, la que yo personalmente doy a estos dos Doctorados Honoris Causa, es que son la expresión del respaldo de la institución universitaria a las tres ideas básicas que han hecho de nuestra Fundación una referencia en el mundo de la cultura: la idea de que trabajar por la cultura es trabajar para mejorar la condición humana; la idea de que la cultura no se limita a las letras y a las artes, sino que abarca todo el conocimiento, toda la ciencia; y la idea de que cultivar el conocimiento, el estudio y el debate desarrolla nuestra capacidad de análisis y nos hace más humanos.
En estos momentos en los que la atención mundial se centra en la economía, la sociedad corre el riesgo de olvidar -aun más que de costumbre- que fomentar el desarrollo de la cultura merece sus esfuerzos, su atención, sus recursos. Que dar respaldo social y material a quienes dedican su vida a la ciencia, al arte, a las letras, a quienes desinteresadamente trabajan para los demás, es la más rentable de las inversiones posibles.
No quiero terminar sin hacer una reflexión, inspirada en el hermoso y sencillo homenaje que hace menos de tres meses rindió el pueblo de Soria a Antonio Machado en su tumba de Collioure. La riqueza intelectual, científica y artística, como la poesía, es mucho más duradera, mucho más estable, mucho más rentable que cualquier forma de riqueza material. Si individualmente dedicáramos una pequeña fracción de nuestros recursos materiales a incentivar esas formas perennes de riqueza, demostraríamos que la inteligencia y la prudencia pueden hacernos, a cada uno de nosotros, y a todos en común, ganar el futuro.
Concluyo, en fin, reiterando mi profundo agradecimiento por acogerme en su Comunidad, en la gran Comunidad universitaria: a la Universidad de Valladolid, a su Claustro, a su Equipo Rectoral y a su Rector Magnífico, a la Facultad de Traducción e Interpretación y a su Decano. Gracias también a todos los que con ellos forman la Universidad: Presidente y miembros del Consejo Social, profesores, investigadores, personal de administración y servicios, y por supuesto alumnos.
Y gracias también a todos ustedes por su paciencia, y por su amabilidad y afecto al acompañarme en este momento de tanta importancia para mí.
Para terminar, Majestad, muchísimas gracias por Vuestra presencia, que tanto nos alienta siempre.