Cáceres, 8 de noviembre de 1991

Sólo unas palabras para asegurarles que, tanto mi esposo como yo, estamos muy contentos de poder estar hoy aquí con todos ustedes, y además en un acto organizado por nuestra Fundación en colaboración con la Asociación de Historia de la Lengua Española. Ambas entidades, aunque no tienen muchos años de vida, la verdad es que han demostrado, están demostrando una vitalidad envidiable. Habría que felicitar por ello tanto al Patronato de la Fundación que preside D. Rafael Benjumea como a la Junta Permanente de la Asociación que preside D. Rafael Lapesa. Aunque sospechamos que esta colaboración tiene un mentor muy especial en D. Manuel Alvar, que generosamente ha prestado su nombre y, sobre todo, su enorme capacidad de trabajo a ambas entidades.

Organizar un congreso internacional de Historia de la Lengua no es una tarea que esté al alcance de cualquiera, pero, sin duda, sí al de la Asociación. Ha sido capaz de organizar ya dos -el que se celebró aquí mismo en 1987 y el del año pasado, en Sevilla- y con un éxito que no debe sorprendernos. Compuesta por casi ochocientos lingüistas, de los que alrededor de ciento cincuenta son españoles -no nos atreveríamos a llamarles extranjeros-, procedentes de veintiocho países de Europa, América, Asia y África, la Asociación está regida por los más destacados de entre ellos y así encara, en estas reuniones que han tenido lugar estos días, la preparación del III Congreso que, si Dios quiere, tendrá lugar en Salamanca, dentro de un par de años.

Nosotros, teniendo en cuenta la variedad idiomática de nuestra patria, y deseando su cultivo y su fomento, queremos también destacar el extraordinario papel que juega la lengua nacida en Castilla como instrumento de nuestra solidaridad nacional y como vínculo que nos une, indisolublemente, a una de las mayores comunidades culturales del mundo.

Somos muy conscientes de ello y también de que Cáceres, Extremadura en su conjunto, es un lugar muy apropiado para proclamarlo. De aquí salieron, hace casi quinientos años, quienes extendieron el mapa del español a los confines del mundo antes conocido. Y aunque sean, tal vez, más celebrados por las hazañas de sus combates, no debemos olvidar que su gesta expandió nuestra cultura por todo un continente y que algunos de ellos eran también destacados hombres de letras. Pensamos por ejemplo, aquí y hoy, tan cerca de Medellín, en Hernán Cortés, en su momento universitario salmantino, que destaca también por su afición al latín, su familiaridad con los textos legales y su amistad con el polaco Dantisco, poeta delicadísimo que tanto atrae a los estudiosos de hoy día.

Y nada más. Ya me he extendido demasiado y, en realidad, no quería decir otra cosa que muchas gracias a todos por su trabajo, por su ejemplo y por la importantísima tarea desarrollada. Muchas gracias, en especial a la Caja de Ahorros de Salamanca y Soria, que nos ha patrocinado.