Se conoce como sesquipedalismo al afán de algunos hablantes de alargar las palabras añadiéndoles nuevas sílabas, y a las voces resultantes las conocemos como archisílabos.

Lo habitual en estos casos es que quienes nos dedicamos —en mi caso es mejor «nos dedicábamos»— al oficio de la asesoría lingüística demos la voz de alarma e informemos a nuestros asesorados de que ese ejercicio de estirar las palabras como si fueran de chicle no es propio del lenguaje esmerado —me gusta este adjetivo, tan usado en el Diccionario panhispánico de dudas—.

Y hay archisílabos que son fruto de la ignorancia, de la poca atención que algunos prestan a la lengua que hablan, pues crean, como en el caso que nos ocupa— un nuevo verbo (influenciar) a partir de un sustantivo (influencia) sin darse cuenta de que este último está directamente emparentado con el verbo influir

—¡No! ¡Es que no es lo mismo influenciar que influir! —Argumentarán los inventores del engendro.

—¡Caramba! ¡Diantres! ¿Y cómo fue que vivimos tantos años sin ese verbo tan importante? —Respondemos los hablantes perplejos ante esa «novedad».

Llamadas de atención en los libros y manuales de estilo, y en los cursos sobre el buen uso del español sirvieron de poco, pues influenciar logró un sitio en el Diccionario académico en 1984, si bien desde entonces sigue allí resignado a que para saber su significado nos manden a influir. Antes, en 1927 y en 1950, apareció en el Diccionario Manual, donde se decía esto de él: «Barbarismo por influir»

Espero que la lectura de estas líneas los haya influido para que engrosen las filas de los que no usamos influenciar.

Y si hay personas que se dejan influir —o influenciar—, podemos decir que son versátiles, pues calificarlas así implica decir de ellas que son in­cons­tantes, que cambian con facili­dad de afec­to, aficiones u opiniones, y que son de genio inconstante o que cambia fácilmente.

Mas, hete aquí que de un tiempo a esta parte algunos hablantes han dado en llamar versátiles a quienes no lo son en absoluto; como cuando escuchamos en un noticiero que el nuevo ministro ha sido siempre un político muy versátil… ¿A qué se refieren? ¿Quizás están diciendo que ese tipo es lo que vulgarmente conocemos como chaquetero, es decir, que es un oportunista y cambia de partido y de ideolo­gía según le convenga en cada situa­ción?

No, no es eso, sino que de pronto han empezado a confundir los adjetivos versátil con polifacético, y este último es aquel que goza de «múltiples aptitu­des y conocimientos de muchas co­sas», y quien «realiza actividades muy diversas o tiene múltiples capacidades».

También se confunde con otros posibles adjetivos aplicables a quien está en disposición a ceder o acomodarse fácilmente al dictamen de otro, como flexible, o, in­cluso, capaz.

Ojo, pues, con esa tendencia a llamar versátil a alguien creyendo que estamos diciendo algo bueno de él, porque se puede enfadar y demandarnos por injurias, especialmente si es un político… Pero solo se enfadará si es un hablante culto, pues los hablantes «modernos» pueden escudarse en que versátil ya tiene —desde el 2001— un nuevo significado en el Diccionario: «Capaz de adaptarse con facilidad y rapidez a diversas funciones».