En los 14 años que pasaron desde la edición de 1970 y la de 1984 del Diccionario de la lengua española (Real Academia Española) se produjeron bastantes cambios en los contenidos, y uno de ellos fue el que le aconteció al verbo acceder.

En español culto y bienhablado acceder solo significaba dos cosas: ‘Consentir en lo que otro solicita o quiere’ y ‘Ceder uno en su parecer, conviniendo con un dictamen  o una idea de otro, o asociándose a un acuerdo’; es decir, en esos tiempos era harto difícil imaginarse a una persona —o un grupo de ellas— accediendo a una sala de cine, a no ser que antes se hubieran puesto de acuerdo con esta…

Mas ocurrió que en el Diccionario de 1984 hicieron caso de ciertos usos del verbo acceder ya bastante difundidos y asentados entre algunos hispanohablantes —yo no era de esos—, y le dieron a ese verbo los significados  de ‘Tener acceso, paso o entrada a un lugar’ («Por aquella puerta se accedía a las estancias») y ‘Tener acceso a una situación, condición o grado superiores, llegar a alcanzarlos’ («Acceder el colono a la propiedad de la finca»). Y así sigue apareciendo —sin ningún cambio— desde entonces hasta la edición del 2014 del diccionario académico.

Pero aún hay gente como yo que sigue empeñada en entrar a los sitios, y además preferimos —somos unos cuantos maniáticos— hacerlo por la entrada en lugar de por el acceso, aunque nos insistan en que este es muy accesible.

Recordemos lo que decíamos en el primer párrafo: «En español culto y bienhablado acceder solo significaba dos cosas: ‘Consentir en lo que otro solicita o quiere’ y ‘Ceder uno en su parecer, conviniendo con un dictamen  o una idea de otro, o asociándose a un acuerdo’». Y repitámoslo cuantas veces sean necesarias, pues en ocasiones es más elegante parecer anticuados.