Alberto Gómez Font

EL TESTAMENTO DE UN TRAVESTÍ TRAUMADO

Eso, mucho glamour, es lo que tienen los caballeros cuando se pasean por tierras cálidas con sus sombreros Stetson de ala corta, camisa blanca por fuera de los pantalones y chaqueta sin forro.

Hay quienes, dándoselas de políglotas, pronuncian glamour como si fuera una palabra francesa y dicen algo así como /glamugr/, sin saber que, aunque lo parezca, no tiene ese origen, pues a esa lengua llegó del inglés, en la que coexisten las grafías glamor y glamour. Pero, sea como sea, y venga de donde venga, los hispanohablantes optamos por pronunciar algo parecido a /glamur/ y es así como aparece en la última edición (2014) del Diccionario académico, al que llegó en el 2001 con la forma glamour y marcada en letra cursiva. En ambas ediciones aparece con la misma definición: «Encanto sensual que fascina».

(Uno más de los muchos tesoros que podemos encontrar en las definiciones del DRAE). Y si buscamos en los bancos de datos de la Real Academia Española encontraremos bastantes apariciones de glamour (desde 1975) y solo una de glamur (en 1996), lo que podría querer decir que, aunque los lexicógrafos de esa institución hayan preferido glamur, los usuarios del español siguen pensando que es mucho más glamurosa la forma glamour. Recuerdo que en los años 80 del siglo pasado algunos libros de estilo aconsejaban que se tradujera por encanto, atractivo, hechizo… La verdad es que en vez de aconsejar intentaban darnos una orden, pues lo habitual era leer «Tradúzcase por…», y las órdenes nunca fueron glamurosas, pero aún y así, no estaría de más usar de vez en cuando hechizo, encanto o atractivo.

Ocurre, eso sí, que los que usan la palabra glamur casi siempre tienen la intención de epatarnos; sí he dicho epatarnos, del verbo epatar, y este sí que llegó desde Francia en la maleta de algún viajero. Yo epato, tú epatas, vos epatás, usted epata, él epata, nosotros epatamos, vosotros epatáis, ustedes epatan, ellos epatan… ¿Desde cuándo se conjuga ese verbo en español? Pues la primera referencia es del año 1948, en una obra del escritor español Ramón Gómez de la Serna, pero lo cierto es que ya se conocía en nuestra lengua desde mucho antes, pues está recogido en la edición de 1927 (y sucesivas) del Diccionario Manual de la Lengua Española, de la Real Academia Española, como galicismo usado con los significados de ‘excitar la admiración, maravillar, asombrar, espantar’.

Al Diccionario general llegó en el 2001 con esta definición: ‘Pretender asombrar o producir asombro o admiración’, y ahí sigue, algo cambiada, en la edición del 2014:

‘Producir asombro o admiración’. Pero que una palabra esté recogida en los diccionarios no implica que sea mejor que otras más nuestras, y muchas veces es mejor y mucho más elegante epatar a nuestros interlocutores utilizando términos más glamurosos, como maravillar o asombrar.

Alberto Gómez Font
Patrono de la Fundación Duques de Soria de Ciencia y Cultura Hispánica
De la Academia Norteamericana de la Lengua Española

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