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Palabras pronunciadas en el acto de presentación de la Cátedra Parques Nacionales el 11 de abril de 2019 por Eduardo Martínez de Pisón, Titular de la misma. Escuela de Montes. Universidad Politécnica de Madrid.

MADRID / 30-04-2019.-

Sin duda es hoy un día grato para la Universidad, para los Parques Nacionales y para la conservación de la Naturaleza. Lo es porque nace una nueva relación oficial entre ellos y, por tanto, se incrementan nuestros recursos proteccionistas.

Relación, como tal, siempre la ha habido en este campo. Pero lo que ahora se presenta adquiere un carácter sistemático, formaliza un compromiso de trabajo y se ajusta a unas pautas y a unos fines concretos: apoyar a la Red de nuestros Parques Nacionales, como conjunto, a través del Organismo Autónomo Parques Nacionales y su específica gestión.

Así, tres universidades se hacen cargo de tal apoyo académico desde áreas complementarias y un Titular sirve de enlace y espero que de ánimo a la Cátedra, en sentido general. En tal sentido general pronuncio, pues, estas palabras dentro de la apertura formal de la Cátedra de Parques Nacionales, de la que luego se señalarán sus aspectos prácticos y concretos: ahora me parece oportuno dedicar unos minutos solamente a lo que se podría llamar el “espíritu” de la Cátedra.

Podemos preguntarnos: ¿cuál es la realidad inmediata? Y me parece adecuado responder con un ejemplo:

Hace unos pocos días tuvo lugar en Valsaín la última reunión del Patronato del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, al que pertenezco en representación de las universidades públicas de Madrid (de nuevo estoy allí presente en razón de la universidad). Se trataron en la reunión cuestiones muy prácticas: todavía resonaba el reciente PRUG del Parque Nacional, abrumador documento de reglamentación, que merece todos los elogios.

Esas cuestiones prácticas se referían, entre otras, a infraestructuras en áreas fluviales, senderos, señalizaciones, restauraciones, autobuses, turberas, fresnedas, convenios con municipios, demandas de los pueblos, etc. En síntesis, así hay que decirlo, mucha prosa. Inevitable prosa.

Pero, ¿para qué? Para guardar generosamente los perfiles de los riscos, las huellas de las glaciaciones, los musgos húmedos sobre las peñas de granito, los interiores intactos de los bosques, el sonido de las aves, la silueta de un animal libre, las aguas limpias y la vivencia de todo ello. Es decir: pura poesía. Así hay que decirlo también.

Prosa, pues, para guardar, por ejemplo, los atardeceres serranos: gran regalo de los hombres. Magnífica sesión de prosa, amigos, para preservar tan altruistas y hasta líricas razones. Todo ello, a última hora, para proteger la calidad de los paisajes y de la vida silvestre. No cabe mejor cometido. Y esto es lo que también hoy nos reúne. A lo que ahora nos sumamos al celebrar este acto de presentación de la feliz idea de una cátedra para los Parques Nacionales.

Decía la gran escritora de la naturaleza Nan Shepherd que en sus montañas del noroeste de Escocia es bueno, si se ama el lugar, experimentar tanto sus sitios apacibles como los azotes de la tempestad. Ambos aspectos son su naturaleza. Y conocer ésta tiene algo de proceso vital, que no se logra en un solo rato, sino que requiere un aprendizaje en la quietud, en el silencio, en la soledad, con la mente y con los sentidos.

Al fondo de esta cooperación, desde la ciencia y la enseñanza, de la cultura y la gestión, hay, por tanto, un objetivo profundo. Y, para alcanzarlo, los Parques Nacionales son un instrumento idóneo, uno de los mejores instrumentos para la protección de la “quietud”.

Al mismo tiempo, estos Parques Nacionales no son fantasías: radican en el terreno, tienen territorio. Están dispersos en él, pero sobre una base geográfica común. Y esta base es más que un soporte, es su materialización en entes naturales concretos. Y es más que su marco, es su ensamblaje común, en pluralidad de manifestaciones que cobran completo sentido en su totalidad, además de radicarlo en sus características particulares. Desde esta perspectiva, todos los Parques Nacionales son un conjunto, una Red en el mapa físico de España. Constituyen un entramado común y son sus nudos o sus piezas.

Funcionan así los Parques Nacionales en el mapa completo de la geografía física, que constituye su clave. No necesariamente en el de la geografía política que, sin embargo, es su condicionante, a veces desviatorio. Sin el primer mapa, el físico, son imposibles los espacios naturales protegidos, aunque sin el segundo son utópicos, pues vivimos entre normas, regiones y naciones.

Poseen nuestros Parques Nacionales un carácter nacional –como su nombre indica- diferenciador y selectivo respecto a otros parques. Diría que como el Museo del Prado -que ahora celebra su bicentenario-, que es un museo nacional y es evidente que no es cualquier museo.

Son, pues, ellos mismos y, al mismo tiempo, partes de un todo. La distinción y relación entre partes y todo es, sin duda, aplicable a cualquier cosa. El filósofo Georg Simmel lo refería a la definición de paisaje, al englobar éste sus componentes como un resultado unificador. Simmel concebía el paisaje como un conjunto que posee una “tonalidad”. Habría, así, con igual criterio, una tonalidad propia del conjunto de los Parques Nacionales, como idea o concepto agrupador que podría calificar su fusión y tejido en la Red efectiva de tales Parques. Y es, justamente, respecto a este concepto unificador, para lo que el Organismo Autónomo de Parques Nacionales ha solicitado el apoyo universitario.

Por otro lado, cada Parque no es una isla en su región y ello requiere otra consideración geográfica, primero de relación con el entorno y, segundo, como espacio, hábitat y paisaje propios. Además, como es sabido, se combinan los Parques Nacionales con otros tipos de espacios protegidos, cada cual con su nivel, su función, su espacialidad, su exigencia y su propio carácter territorial. Todas esas figuras forman una malla más densa y compleja sin que nunca desaparezca tras ella, dando sentido, la geografía de la naturaleza que apoya la búsqueda de su mutua congruencia.

Todos los espacios naturales protegidos presentan una inmediata vinculación con las poblaciones locales, cuya mirada pragmática acompaña a los bienes cualitativos, cosas que no conviene confundir, sino compaginar. Y el mundo de los hombres cambia con celeridad y redefine la función de los Parques, actuando como un activísimo factor externo.

Estos son, entre otros, los retos abiertos también en el más alto nivel de la conservación. Desde comienzos de nuestros Parques Nacionales, ciencia y cultura –con mirada altruista- han estado apoyando la conservación de la naturaleza y han nutrido su espíritu. Podemos recoger los ejemplos iniciales de maestros como Odón de Buen y, en concreto, el universitario desde la colaboración axial de Hernández-Pacheco. Porque la Universidad ha sido siempre afín a los Parques Nacionales.

Lo ha sido guiada tal vez, en su actitud general, por la mirada de los grandes naturalistas. Podríamos recordar las sugerencias de Alejandro de Humboldt en su magna obra Cosmos: el horizonte se ensancha con la observación, la meditación y el más exacto posible conocimiento de los fenómenos. Y, si se recurre a las ideas de conexión, de comprensión en el enlace ordenado de las cosas se alcanzará darles luz, sin despojar a los cuadros de la naturaleza del “soplo que los anima”. Todo ello permite, mediante el sentimiento de la grandeza de tales cuadros, entenderlos como “el reino de la libertad”. Y de este modo los paisajes pueden sernos, finalmente, “manantial de goces”.

Detrás de cualquier modo de apoyo de la universidad a nuestro conjunto de Parques Nacionales, hay un objetivo final que nos mueve y que contribuye a otorgar –ahora en este campo- mayores calidades a la misión académica. Lo que ésta puede aportar es vocación docente, capacidad de análisis, reflexión de criterios, exigencia de conservación y extensión del conocimiento.

Nunca ha faltado la Universidad a nuestros Parques Nacionales desde que éstos se materializaron hace 101 años. Este acto de hoy es, así, en nuestra voluntad, un punto más de ajuste en esa noble tradición.

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