Soria, 5 de febrero de 2009

En mi condición de rector de la Universidad de Valladolid, es éste el tercer acto de investidura del grado de doctor “Honoris Causa” al que asisto, y si bien todos han supuesto para mí actos que recordaré siempre, el de hoy presenta unos rasgos muy especiales que, sin duda, creo le harán distinguirse en el futuro con luz propia. Para empezar, se trata del primer acto de investidura, en la historia de la Universidad de Valladolid, que no se desarrolla en el marco del Paraninfo de la Facultad de Derecho de Valladolid. El Aula Magna Tirso de Molina que nos acoge hoy es quizá un marco menos frecuentado, pero no por ello menos excepcional, y quisiera desde ya dar las gracias a todos los miembros de la Fundación por el trabajo realizado y por las facilidades para que hoy estemos aquí celebrando este acto.
Quisiera también dar la más cálida bienvenida a todos quienes han querido honrarnos con su presencia: a los miembros de la comunidad universitaria del campus de Valladolid, Palencia y Segovia que se han desplazado hoy hasta aquí para, con su apoyo, demostrar tanto su estima personal por los aquí investidos como su aprecio por las nobles ideas que este acto representa; y por supuesto a Su Majestad doña Sofía, cuya vinculación con la Universidad de Valladolid ha supuesto para nuestra institución desde siempre un orgullo, en especial con su aceptación, en el año 86, de esta misma distinción del grado de doctor honoris causa con que hoy se inviste a los Duques de Soria.
Este cambio de ubicación recién comentado desborda el marco de la simple anécdota. Por contra, constituye un significativo hito en la apuesta que desde la Universidad de Valladolid llevamos, desde hace tiempo, en pos de una revitalización de todos los campus que la constituyen. De este modo tratamos de conseguir un modus operandi más integral, más operativo y más racional. Y la presencia de tantos miembros de la Universidad de Valladolid pertenecientes a otros campus como con los que hoy contamos aquí, corrobora sin titubeos, creo, el apoyo generalizado con que este empeño cuenta.
Para la Universidad de Valladolid es un privilegio contar con una vinculación tan estrecha como la que, desde su constitución en el año 89, se ha establecido con la Fundación Duques de Soria, y personalmente con los propios Duques. Privilegio y larga vinculación que hoy se ven coronadas con el acto de investidura de su Alteza Real doña Margarita y del Excmo. Sr. don Carlos Zurita y Delgado como doctores honoris causa, un hecho que, por diversos motivos, me produce una alegría muy honda, que espero poder transmitirles enteramente.
Nuestra universidad, y por extensión la misma idea de lo que el término universidad encarna o debiera encarnar, presenta una notable identificación con la idea, con el impulso motor de la Fundación Duques de Soria. La Fundación ha hecho del apoyo al estudio y a la investigación, y a la difusión de los frutos que de ese estudio se desprende, el faro directriz que ha iluminado su labor. Tiene pues una relación sustancial con la labor que desde la esfera universitaria desempeñamos. En ambos casos estos pilares de la investigación y el estudio cimentan el objetivo último de contribuir al progreso social. Pues nunca debe perderse de vista que no es sino el conjunto de la sociedad el destinatario de nuestros desvelos y, a la vez, su principal agente motivador.
Otro punto en común entre ambas instituciones se presenta en la concepción que defienden del término “cultura”, y en la convicción con que lo hacen. Creo no incurrir en una invectiva injusta al afirmar que en nuestro país no siempre se entiende la cultura de manera omnicomprensiva; por desgracia, tradicionalmente ha existido la tendencia, aún no erradicada, de considerar cultura sólo ciertas ramas del saber. Sin embargo la Fundación Duques de Soria, justamente desde una concepción universal de la cultura, como la que desde la universidad también promovemos, no hace distingos, no identifica cultura sólo con las áreas humanísticas, o no sólo con las científicas o técnicas. Por el contrario, entiende que las distintas ramas de la cultura son en definitiva partes que nutren un mismo árbol, y así se benefician de su apoyo desde la neurociencia hasta los yacimientos de Atapuerca. Me parece ésta una concepción mucho más racional, mucho más sabia si se me permite, y de la que cualquiera debería tomar buena nota.
Toda esta vocación por el desarrollo de la ciencia, las artes y las letras de la Fundación Duques de Soria, se manifiesta en la práctica, dentro del ámbito de la Universidad de Valladolid, en múltiples y varias iniciativas. En concreto quisiera hacer hincapié en la Cátedra Luis García Valdeavellano de Historia de España, adscrita a nuestra universidad, y cuyas sesiones académicas tenemos el privilegio de compartir con la Real Academia de la Historia.
Las características y las motivaciones de la Fundación Duques de Soria recién citadas se concentran en las personas de los propios Duques. Su Alteza, versada en la asombrosa cantidad de nueve lenguas distintas, ostenta el cargo de presidenta de Honor de muchas de las más prestigiosas organizaciones y sociedades de ámbito social y cultural; entre ellas algunas tan acreditadas, y sobre todo tan necesarias, como el Patronato de la Fundación ONCE, la Fundación Cultural Hispano-Británica o la de la delegación española de UNICEF, por citar sólo tres. Es asimismo Premio Internacional de la Ciudad de Asís e hija adoptiva de Soria, y posee la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio.
La relación de don Carlos Zurita y Delgado con la ciudad de Valladolid tiene su origen en los tiempos en que su padre, don Carlos Zurita y Gonzalez-Vidalte, cursó la 1ª parte de su carrera en la ciudad, alojándose en el Colegio de Huérfanos de la ciudad. Académicamente, el Duque de Soria ha demostrado su compromiso con la ciencia y el saber desde los tiempos en que, como estudiante, obtuvo el Premio Extraordinario de Licenciatura al cumplir sus estudios de Medicina en la Universidad de Sevilla. Posteriormente se doctoró – igualmente con Premio Extraordinario – por la de Bolonia, génesis europea de todas las universidades que vinimos después. Autor de incontables artículos, libros y conferencias, es, entre muchos otros logros, académico correspondiente honorario de la Real Academia Nacional de Medicina o miembro de la Sociedad Americana de Quimioterapia de la Tuberculosis. Además es también miembro del Patronato del Museo del Prado y de la Asociación Española de Derecho Médico.
Insisto en que lo mencionado representa apenas un botón de los extensísimos currículos de ambos Duques, pero el desglose completo nos llevaría un tiempo del que no disponemos y, además, creo que más allá del extraordinario nivel que tales logros académicos comportan, resulta más relevante el nexo común y central que suponen, es decir: la vocación educativa de sus padres.
Traslucen a su vez las trayectorias de los Duques una independencia de acción, un espíritu crítico y una creencia sincera en lo que estiman justo que no merecen sino el más encendido aplauso. El compromiso humano de los Duques de Soria con la cultura, y que la Fundación con su nombre extiende a todos los ámbitos de la sociedad, es el compromiso que cualquier institución fundada sobre los pilares del estudio y la docencia ha de defender a capa y espada; y es al tiempo un modelo en el que no dejar de mirarse, un timón que dirige y un motor que impulsa la actividad propia.
Por lo dicho, aparte de ser su designación un acto de justicia evidente, la inclusión de los Duques de Soria entre los doctores honoris causa de la Universidad de Valladolid supone para nuestra institución un privilegio y una honra de difícil parangón.
Quisiera incidir antes de terminar en un hecho a mi juicio central al que no siempre se le presta la debida atención, o que simplemente no percibimos por tratarse de algo inherente a la educación. Me refiero a la naturaleza inconclusa de la tarea educativa; en educación nunca puede afirmarse que se han alcanzado enteramente los objetivos planteados: es siempre una labor en curso, y que exige por tanto una renovación permanente. De ahí otra de las razones de la trascendencia de la Fundación, y que la trayectoria aludida de los Duques de Soria demuestra que asimismo ellos han asumido: el saber que a cualquier miembro de la comunidad universitaria – y por extensión cualquier dedicado a la educación – le espera un viaje muy largo y no siempre fácil, donde la voluntad y la fe no han de abandonarle. Para la Universidad de Valladolid, contar en ese viaje con la compañía de los Duques de Soria, que la sabemos cercana, constituye un valor del que nos sentimos genuinamente agradecidos.
Como aludí al principio, la investidura de hoy como doctores honoris causa supone de momento el colofón de la relación que los Duques, a través de la Fundación Duques de Soria, han mantenido con la Universidad de Valladolid desde el año 89. Quisiera recordar sólo que este acto de investidura se encuadra precisamente dentro del curso académico que celebra el veinte aniversario de la Fundación Duques de Soria, mayoría de edad que me parece un momento oportunísimo para renovar los lazos entre la Fundación y la Universidad de Valladolid, para que nos planteemos nuevas vías de colaboración y nuevos campos en donde llevarla a cabo. Por parte de la Universidad de Valladolid, todos sus miembros deseamos de corazón que la relación con la Fundación Duques de Soria se prolongue por muchos años más. Las puertas de nuestra casa, que es también la suya, permanecerán siempre abiertas para recibirles.