El Rector de la Universidad de Valladolid durante su intervención

Soria, 3 de julio de 2009

Atrás queda ese 1 de marzo de 1989 cuando en la Calle Jorge Juan, precisamente en el domicilio de los Duques de Soria, ser reunieron una serie de personas para apoyar la iniciativa de los Duques de Soria de promover una Fundación Cultural de carácter particular, algunas de estas personas nos acompañan hoy en este acto de apertura del año académico 2009 – 2010 de la Fundación. En honor a la verdad, todos los actos de la Fundación Duques de Soria, que en mi condición de rector de la Universidad de Valladolid, he tenido la fortuna de intervenir ocupan un lugar imborrable en mi memoria, el de hoy lo recordaré sin duda de manera muy especial.

Y digo esto, ya que son muy pocas fundaciones las que pueden presumir de haber traspasado la frontera de los 20 años de vida, y muchas menos, si es que hay alguna, con una salud tan admirable como la Fundación Duques de Soria. Por ello, debemos congratularnos quienes de un modo u otro hemos, o mejor dicho, han tenido alguna presencia en el devenir de esa trayectoria, y sobre todo felicitar a los miembros de la Fundación por su voluntad infatigable, por su vocación altruista y por su permanente búsqueda de nuevos proyectos e iniciativas durante estas dos décadas.

En estos veinte años, la Fundación, desde el ya lejano 1989 en que se inscribiera, plena de ilusión y con las incertidumbres lógicas en todo comienzo, en el Registro de Fundaciones Culturales de Castilla y León, no ha cejado en el empeño de divulgar, con absoluto rigor y no menos entusiasmo, toda la riqueza de una cultura ya de por sí riquísima como es la española, y convirtiendo así a la ciudad de Soria en una referencia ineludible dentro del Hispanismo Internacional.

La Universidad de Valladolid tiene una presencia muy especial en la Fundación Duques de Soria, y supone para mí, como representante de la misma, un orgullo que no sé muy bien si estas palabras alcanzan a transmitir en toda su integridad. Y ello se pone de manifiesto con un repaso “a vuelavista” de la relación de programas de la Fundación en los que la UVA ha participado. Agotar la lista en este momento sería fatigoso, pero me gustaría al menos recordar la estrecha colaboración de la Fundación con el Campus de Soria de nuestra Universidad, baste recordar que en este mismo edificio ha tenido su sede la Escuela de Ciencias Empresariales y del Trabajo, o la importancia de la Cátedra “Luis García de Valdeavellano de Historia de España”, adscrita a nuestra universidad y gracias a la cual anualmente se logra profundizar en la genealogía de las instituciones socioeconómicas y políticas de España con una devoción y un espíritu crítico ejemplares. Repito que ni la cátedra ni la cesión de parte de este edificio agotan el amplísimo abanico de trabajos comunes entre la UVa y la Fundación Duques de Soria, pero espero hayan servido al menos de muestra para hacerse una idea del valor y el aprecio con que la UVa considera a la Fundación.

Esta trayectoria, esta vinculación de la Universidad de Valladolid y la Fundación Duques de Soria ha querido ser reconocida desde nuestra casa con la distinción, este año del XX aniversario de la fundación, con el grado de doctor honoris causa para los Duques, su alteza doña Margarita de Borbón y Don Carlos Zurita. La distinción de alguien como doctor honoris causa supone siempre, para cualquier institución universitaria, motivo de especial alegría, pues la aceptación del doctorado lleva consigo el reconocimiento implícito que tal institución tiene para el distinguido. Digamos, si se quiere, que es un reconocimiento en dos sentidos, pero, repito, sin que se olvide nunca que también lo es para la institución que formula la propuesta, algo a lo que por lo general no se presta, creo, la debida atención. La aceptación de los Duques —como la de su Majestad doña Sofía en el año 86, o la de Su Alteza Real D. Felipe de Borbón como Colegíal de Honor del Colegio Mayor Santa Cruz— aparte de un orgullo para la Universidad de Valladolid, no se vio precedida por un fatigoso proceso previo, pues el acuerdo en la designación fue más que general.

Motivos para el acuerdo había muchos y de mucho peso, no siendo el menor el hecho de que premiando a los Duques la Universidad de Valladolid premiaba a toda la Fundación. La distinción de los Duques, además de un reconocimiento en el plano individual, un reconocimiento autónomo a sus personas y a la actividad desarrollada durante toda su vida, fue también el reconocimiento general de una serie de personas cuyo infatigable, unísono aliento, ha insuflado vida, día a día, a un organismo, la Fundación, cuya dedicación constituye un faro en el que cualquier persona dedicada al estudio y la divulgación científica, y por extensión cualquier persona, haría bien en seguir.

De entrada, la distinción de los Duques de Soria supuso el hito inédito del cambio de ubicación de la ceremonia; en lugar de en el Paraninfo de la Facultad de Derecho de Valladolid, tuvo lugar en el Aula Magna Tirso de Molina del Campus Universitario Duques de Soria, lo que lejos de inscribirse en el terreno meramente anecdótico fue un paso más por revitalizar todos los campus que constituyen la Universidad de Valladolid, y a su vez la ciudad de Soria. Todo ello, toda la organización logística del evento, no hubiera podido en modo alguno ser posible sin el empeño personal de los Duques y el trabajo de muchas personas de la Universidad y de la Fundación.

Con el nombramiento, creo asimismo se dejó patente la afinidad de enfoques existente entre la Fundación y la Universidad de Valladolid. Ambas instituciones presentan una identificación en nada circunstancial en la relevancia que dan a la investigación y a la divulgación, o a la investigación divulgativa, si se prefiere. Tanto una como otra consideramos que los frutos obtenidos por la siembra del estudio y la investigación han de ser puestos a disposición del conjunto de la sociedad, fin último de nuestros esfuerzos compartidos. Igualmente, presentan otro punto común en la múltiple concepción que hacen del término cultura, una concepción sin criterios de falsa jerarquía, sin barreras, sabedora de que todas las ramas del árbol del saber tienen igual y fundamental importancia. Desde una concepción universal, sin distingos artificiales de la cultura, UVa y Fundación Duques de Soria abrazamos por igual las áreas humanísticas o las científico-técnicas (como también hace espléndidamente, dicho sea de paso, la Fundación Príncipe de Asturias). Me parece este un enfoque no sólo el más oportuno, sino me atrevería a decir que el único posible, si en verdad se está hablando de una cultura digna de recibir ese nombre.

Y un tercer rasgo que nos hermana, acaso más oculto, es la firme convicción de la labor educativa como una labor en curso. Alguien dijo que “la vida es siempre mientras tanto”; bueno, pues la labor educativa también es siempre mientras tanto, ésa es su exigencia mayor y al tiempo uno de sus mayores atractivos: que nunca puede considerarse conclusa, nunca cerrada, y que por ello demanda una permanente renovación. Así lo ha entendido desde su origen la Fundación Duques de Soria, y por ello no ceja en sus fines, con el mismo espíritu y entusiasmo que el primer día.

Por ello, estos veinte años que hoy celebramos tienen una doble lectura; la lectura retrospectiva, de celebración por lo ya conseguido, que sin duda ha sido mucho y a cualquier institución habría de enorgullecer, con todo el derecho; y una segunda lectura, una lectura que mira hacia adelante, que sabe que lo conseguido, siendo como digo mucho, es sólo un principio, y que el viaje exigirá aún muchos esfuerzos para seguir realizándose con éxito.

Tengo la firme, íntima y profunda convicción de que tales esfuerzos, y el consiguiente éxito, serán una constante en el periplo por llegar de la Fundación. Por nuestra parte, la Universidad de Valladolid estará siempre disponible para acompañarles en tan apasionante viaje.

Sólo me queda ya felicitar de corazón a todos los miembros de la Fundación Duques de Soria que han hecho posible estos admirables veinte primeros años de vida, y desearles una vida inminente, cuando menos, igual de saludable.