Tordesillas (Valladolid), 1 de abril de 2009

LENGUAJE PRECARIO FRENTE A LENGUAJE POÉTICO

Alteza Real, Excelentísimo Señor Duque de Soria, Excelentísimos Señores: Consejero de Educación, Rectores Magníficos de la Universidad de Valladolid y de la Universidad de Salamanca, Autoridades, colegas y amigos del Periodismo y de las Letras:

Puesto que las cosas que más nos importan se dicen con muy pocas palabras, permítanme que sea muy breve al expresar mi gratitud a la Fundación Duques de Soria, cuyo mecenazgo en el ámbito de la universidad, de la literatura y del hispanismo me parece admirable. Y a Jesús Fonseca, periodista auténtico, poeta auténtico y buen amigo.

Leí en la prensa, el mismo día en que empecé a pensar estas palabras, la siguiente noticia: “la Infanta Margarita celebra su cumpleaños”. Pensé entonces en una frase del Rey Alfonso X el Sabio: “los hijos del Rey se llaman infantes porque siempre, a pesar de los años que cumplan, guardan la inocencia de los niños”. Sería difícil encontrar una muestra más clara de lenguaje poético, a pesar de que se encuentra en las Siete Partidas.

También sería difícil hallar una manera mejor de felicitar a Vuestra Alteza, aunque sea con retraso. Nunca es tarde, para que los seres humanos nos deseemos felicidad. O mejor, felicidades, pues felicidad es un término singular y por eso mismo, un nombre abstracto que no sabemos bien a qué se traduce. En cambio felicidades, con apenas dos letras más, resulta un concepto muy superior: es plural y por eso mismo, concreto. Cuando decimos “felicidades” estamos poniendo, en la balanza que pesa las cosas del mundo, un fragmento de lenguaje que tiene su propia aportación eficaz. Ya Alexis de Tocqueville advirtió de que a veces nada tiene menor utilidad para el género humano que una idea abstracta. Como el norte y el sur, los dos polos del lenguaje que vamos a explorar el periodístico y el poético son los más concretos que existen. El periodístico, porque dice directamente la realidad, sin importarle las mil servidumbres que ello le acarrea. El poético, porque es realidad. En las letras de la palabra rosa está la rosa.

Alfonso X puede ser igualmente un referente común, difícilmente superable, para personas tan dispares como los que estamos en esta sala. En primer lugar, Alteza, porque es uno de vuestros antepasados más ilustres. Después, porque fue rey de Castilla y de León, lo cual parece perfecto como antecedente para el ámbito autonómico que acota este encuentro. Él mismo nos da la alerta contra cualquier posible estrechez de miras que pudieran imponernos esas fronteras regionales. Basta recordar que Alfonso X nació en Toledo, se crió en Galicia, contrajo matrimonio con una infanta aragonesa, murió en Sevilla y, como hijo que era de una princesa alemana, logró ser elegido emperador, título europeo que llevaba aparejado el de rey de los romanos, lo que suponía una herencia universal. Quiero decir que los límites que ahora llamamos autonómicos y antes se llamaron regionales deben dibujar un punto de partida, nunca un punto de llegada. Así se ha debatido antes en este encuentro la situación del periodismo, enmarcándolo en parámetros generales. Estoy con quienes consideran que corresponde a Castilla y León ser la menos regional de las regiones de España. Hablemos claro, puesto que nos acompañan altas autoridades políticas, responsables de los medios de comunicación, profesores y una multitud de jóvenes que tendrán en sus manos nuestro futuro: le corresponde a Castilla y León ser la menos provinciana de las autonomías hispánicas.

La imagen que una comunidad política se hace de sí misma se decide en gran parte en los medios. Creo sinceramente que si se exacerba el autonomismo se añadirá precariedad a todos los ámbitos, periodismo incluido. La realidad cercana puede describirse con dos movimientos: uno se abisma en lo propio hasta caer en ese particularismo que hizo a algunos antiguos creer que el lugar en el que nacieron era nada menos que el umbilicus mundi, el ombligo del mundo. La misma realidad será contada de manera mucho más eficaz y mucho más bella, si se asoma hacia fuera, si se lanza, si mira a los otros con respeto y admiración. El pensamiento moderno ilustrado requiere como mínimo el espacio nacional para poder empezar a comprender las cosas. Y desde ahí, se proyecta a lo europeo y aspira al ideal cosmopolita que sigue siendo uno de los legados más valiosos que nos dejó el mundo antiguo. Ésas coordenadas universales son las que harán posible que tracemos un eje para el periodismo y otro para la poesía. El primero parece cada vez más un idioma precario. El otro, perdurable. Son códigos antitéticos, cuyas diferencias pueden concebirse de varios modos. Podemos pensar en un modelo de dos líneas paralelas que nunca se encuentran: por un lado lo efímero, por otro lo estable. Podemos visualizarlas como dos líneas perpendiculares en cuyo cruce se cortan dos palabras radicalmente distintas, la más frágil y la más sólida. Aunque quizá deberíamos imaginar una sola línea, puesto que el lenguaje es único. Ensus extremos situaremos el uso precario y el uso poético, conectados por una sucesión gradual e ininterrumpida.

Fue el Rey Sabio historiador y cronista: se ocupó de los tiempos pasados y de su presente. Escribió de su propia mano y también se encargó de coordinar equipos de escritores. Así que de algún modo, siquiera sea analógico, fue a ratos periodista antes del periodismo. Al dar cuenta de los hechos fue cronista y casi articulista o columnista. Mejor dicho, fue sobre todo jefe de redacción y director, promotor y mecenas de una empresa de escritura en torno al poder. El lenguaje que eligió para todo ello no fue precario.

En fin, fue el Rey Sabio poeta. Practicó ese lenguaje “resistente a los años” que llamamos poesía. Parece obvio decir que se nota que es poeta en propios versos. Si la poesía constituye siempre otro idioma, en el caso de Alfonso X se aprecia con nitidez perfecta, pues empleó el castellano para la prosa y reservó el gallego para la poesía. Además se nota en su prosa que es poeta: una afirmación bella, ingenua y metafórica como la que he citado sólo puede venir de un poeta. Y así ha perdurado, aunque no esté en verso, de modo que las Siete Partidas han conocido múltiples ediciones, no sólo las que interesan a los juristas, ni por supuesto se han restringido al ámbito de Castilla y León. Su poética explicación de que los infantes son como niños fue publicada en el siglo XIX por la Real Academia de la Historia en la que se considera edición oficial, y en el siglo XX vio la luz nada menos que en el Boletín Oficial del Estado, esa colección de áridas prosas que en principio fue un periódico más, cuya cabecera se ha conservado bajo el rótulo “Gaceta de Madrid”. Estamos de acuerdo en que no es lenguaje precario. Porque se escribió para perdurar y porque participa de lo poético.

Dado que no tenemos tiempo para razonarlo todo, les pido que se fíen de mí al escuchar la siguiente simplificación. Escribimos y leemos periódicos porque somos mortales. Escribimos y leemos poemas porque tal vez seamos inmortales, por el destello de inmortalidad que se nos concedió, porque somos capaces de concebir un tiempo que no se termina. Por eso tenemos el idioma del día a día para anotar las cosas que suceden, y tenemos otro que aspira a decir lo que no cambia.

Nadie discute ya que la cultura actual es mediática y tecnológica. En unas décadas ha sustituido a la cultura literaria y artística, en la que algunos fuimos educados. Algunos seguimos en ella. Así, aunque el viaje para llegar hasta aquí haya sido de pocos kilómetros, se podría decir que vengo de un país muy lejano. La poesía y la filología clásica son dos mundos en los que el lenguaje es muy estable. La perduración de los poemas clásicos (Homero, Virgilio, Horacio) es lo más parecido a la eternidad que conocemos los occidentales en términos estrictamente laicos. Frente a eso, el lenguaje periodístico posee una precariedad intrínseca que puede ser detallada: por lo efímero de su presencia en el mundo, por la urgencia general con se escribe y hasta se lee, por la servidumbre económica inmediata que tiene ese lenguaje: La sumisión al mercado no deja de ser una profanación del lenguaje, que lo acerca a la precariedad. Por eso en los medios de comunicación de masas el lenguaje sufre un pavoroso desgaste diario. La poesía, que tan a menudo es vista como un coto cerrado, actúa más bien como un parque natural, una reserva que purifica y regenera las palabras. De la misma manera que los príncipes deben ser educados por los filósofos, como Alejandro por Aristóteles, los periodistas deben ser educados por los poetas, como los estudiantes de periodismo de la Pontificia de Salamanca por mi amiga la poeta Asunción Escribano.

Hay por supuesto en los periódicos artículos en los que se detecta mayor cercanía a lo poético: colaboraciones esporádicas o columnas firmadas por escritores. Algunos periodistas son poetas. A pesar de ello, el lenguaje periodístico tiene tal potencia que abduce a los que entran en contacto con él. Los escritores que colaboran en prensa suelen acabar convertidos en autores mediáticos. Es mucho menos frecuente que los escritores que colaboran en prensa consigan literaturizar o poetizar el lenguaje periodístico. Francisco Umbral contaba que llegó a la primera redacción de un periódico, creo que Pueblo, y preguntó cuánto le daban por un poema. Cuando le dijeron que nada, respondió: pues póngalo todo seguido.

Pero no hablamos aquí de ellos, sino de los periodistas puros, sin más. La cuestión es si el periodismo puede tener una mirada más larga. Radio, televisión e internet no han hecho sino acelerar la velocidad a la que estaba sometido el lenguaje de la prensa. Se ha incrementado su precariedad, eso lo notamos todos. Sin embargo, muchos periodistas del XIX y XX escribieron para perdurar. Los lectores de prensa guardan muchas noticias, páginas, recortes que al ser extraídos de la urgencia conquistan inmediatamente la poeticidad. Textos, fotografías, páginas que se incorporan a la propia vida. Hace más de dos décadas en un diario nacional alguien había reseñado un libro de poesía. La mejor manera de hacer ese tipo de reseñas es citar versos. Entre las líneas informativas se salvaba esta línea: “la parte de calor que hay en la lágrima”. Ese verso se quedó en mi memoria (en mi corazón), a pesar de que no recuerdo ni el poeta, ni el libro ni siquiera el periódico. Lo más curioso es que hace poco un joven poeta me recordó ese verso. Yo se lo había citado hace mucho. Él literalmente me lo re-citó.

La apertura del lenguaje al destinatario ofrece una oportunidad extraordinaria: la respuesta habitual era la carta al director, encuadrada dentro de un género que todavía era literario, la epístola. El lector empleaba un estilo acorde con las páginas del diario. Después empezó a entrar en la radio el oyente. Por unos minutos dispone del mismo lenguaje que un periodista. En la televisión es menos frecuente la intrusión del espectador. Además es menos fuerte, porque no suele aparecer con imagen. Dejando aparte la invasión de la realidad en los formatos televisivos extremos —reality shows y similares—lo más llamativo de la televisión es un fenóneno reciente y aparentemente menor: los textos por sms que irrumpen en la pantalla con una fuerza semiótica tremenda, por muy filtrados que lleguen. Por último en los diarios electrónicos (a los que hemos de sumar los blogs y los foros) se da cabida a los comentarios de todo tipo que de manera instantánea pueden introducir los lectores. Esos mensajes refrescan el idioma. En las pequeñas pantallas —de la televisión, del ordenador, del móvil—se han colado ya las maneras de hablar de la calle. O algo peor, ha entrado en los medios el lenguaje de casa, porque en casa se habla peor que en la calle. En internet, frente a la redacción organizada, coherente y el estilo correcto de un texto único, cuyo autor es el periodista, se abre una serie múltiple y a veces embarullada de comentarios particulares. Pero a fin de cuentas, es lenguaje escrito junto a lenguaje escrito, en el mismo formato y la misma pantalla. Sin embargo, es en los sms de la televisión donde conviene que nos detengamos. En una tertulia puramente periodística, centrada, por ejemplo en un asunto político, podemos ver cómo hablan los profesionales. Sobre las palabras que ellos van diciendo se superponen los sms que los espectadores están enviando en directo. A diferencia de los profesionales, sometidos a determinadas convenciones ideológicas, morales o de empresa, el espectador es prácticamente anónimo. Desde su sofá o desde su cama teclea un sms que va a ocupar una parte de la pantalla. Según un viejo proverbio, si dijéramos lo que realmente pensamos no tendríamos amigos. Pero la persona que envía un mensaje de móvil no corre el riesgo de perder a los suyos. Escribí su verdad a toda prisa, con abreviaturas, kas, suprime vocales, comete faltas de ortografía. Cumple una de las reivindicaciones de Diógenes, aquel filósofo cínico que conversó con Alejandro Magno: la libertad radical de expresión. El sms no sólo se superpone. Se impone. Porque es instantáneo, breve, efímero. Puesto que lo escrito se lee, el espectador se pone a ello, consciente de que lo escrito es superior a lo oral. A un lenguaje precario se le superpone otro aún más precario. “Superprecario”.

Hay que echar mano de dos categorías filosóficas aristotélicas: materia y forma. La realidad y las opiniones están llegando a los medios sin someterse a las formas. Sin formalizar o sin formatear, como prefieran ustedes. Esa materia prima es caótica. Tiene visos de irracionalidad. No puede ser conocida, porque lo absolutamente individual es incognoscible. En cambio, el periodismo clásico se encargaba de dar forma a la realidad, lo hacia racional, inteligible y comunicable.

También conviene aplicar categorías políticas a la descripción de la cultura. Es posible que estemos buscando unos medios de comunicación democráticos, pero el riesgo demagógico es cada vez más inminente. Quienes van detrás de su propio público deben calificarse como populistas, no sólo en política. Este aviso no es tanto para los periodistas como para sus empresas. También para los poderes públicos, que han de mejorar la educación de los ciudadanos, de manera que no todo sea un continuo descenso cultural.

El periodismo está siendo víctima de la sumisión general a la cultura mediática. En cierto modo está siendo su propia víctima. El avance vertiginoso de la tecnología da más ventajas a los que no son periodistas. Hay una desprofesionalización del periodismo. Los profesionales hablan de intrusismo, pero se quedan cortos. No es que entren otros profesionales u otros no profesionales, sino que el destinatario se adueña de la emisión del lenguaje. La precariedad está servida, porque el periodista resulta prescindible. Eso es lo que han empezado a detectar las empresas. El que utiliza un ordenador ( email, blog, foro) o el que usa un móvil para enviar un mensaje va a ser difícilmente superado en la escala de las tecnologías, la inmediatez y la libertad. El profesional no debe competir hasta quedarse sin aliento. Por otra parte, el avance de las tecnologías facilita las cosas pero quita gracia, que es un elemento esencial en estética.

Todo va tan deprisa que parece posible empezar a pensar algunas soluciones. La fundamental es que las propias empresas deben ser conscientes de que la precariedad profesional y económica de los periodistas no les resulta rentable. Deben dejar de exigir al periodista que vaya tan deprisa que incluso se anticipe a los hechos que relata, como sucede a menudo, con lo que la exigencia de verdad desemboca en falsía.

Me centraré en los remedios puramente lingüísticos:

-La palabra periodista ha sido dada de sí demasiado. No puede ser que designe a un profesional serio y a una persona cuyo único objetivo es privar de intimidad a los otros seres humanos. No puede servir como excusa haberse licenciado en periodismo para mantener conductas que rayan lo inhumano. Antes de tomar medidas más drásticas debería inventarse un nombre nuevo para esa realidad nueva. No puede ser el sustantivo periodista con alguna determinación, como del corazón o de sociedad. Debe ser otro sustantivo.

-De todos modos, eso no parece suficiente. Aristóteles define la catarsis que se produce con la poesía, concretamente con la tragedia, como una curación homeopática del alma. El periodismo necesita una curación homeopática. Interna. Algo más que la mera autorregulación.

-También deben tomarse medidas desde fuera. El círculo vicioso debe ser roto desde dentro y desde fuera. Recordemos que lo contrario de un círculo vicioso es un círculo virtuoso, en el que cada vez las cosas van a mejor.

-Sería bueno para el periodismo que se acercara de nuevo a la historia, a la literatura, a la poesía. Frenar su vértigo. Debe ir deprisa y estar tecnologizado, pero en ese camino ya ha sido superado por comunicadores, showmen, y los propios lectores y espectadores. El periodista debe ser un profesional que prepare bien la noticia, la entrevista, el artículo de opinión. En esos terrenos es insustituible. Y debe ser bien retribuido. Si no, el desprestigio aparejado a las prisas multiplicará exponencialmente su precariedad.

-Está el problema de la intimidad, que ya he mencionado. Desde una perspectiva europea, llegamos a oír: “intimidad, eso que un norteamericano nunca sabrá lo que es”. Estamos a punto de acabar completamente americanizados y perder del todo eso que era lo que un europeo más valoraba, la propia intimidad. Hace sólo unos días que la prensa debatía otra palabra “extimididad”, que significa todo lo contrario: exponer la integridad de la vida ante los medios. Nos dicen que la inventó Lacan. Es palabra latina, contraria de intimidad. Pero nos llega por el inglés. En latín, intra, significaba dentro, interior, lo que está más dentro, e íntimo lo que está muy dentro. Extra, significaba fuera. Exterior, más fuera, Extimus, lo que está muy fuera, lo más exterior posible. Ahora llega la palabra por vía periodística y parece que va a ser aceptada. Yo quiero recordar lo mucho que Don Miguel de Unamuno combatió por incorporar la palabra éxtimo a nuestro idioma. No lo logró, porque su intento era filosófico y poético, con un concepto noble de lo éxtimo.

-Los errores idiomáticos son el síntoma más evidente de la precariedad general del periodismo. En los últimos años se ha convertido en una moda, sobre todo en la prensa y en la radio, dedicar secciones a vigilar los errores que cometen los periodistas propios y ajenos. Evidentemente, eso no basta. El periodismo no sólo debe evitar el mal. Debe buscar el bien: su lenguaje ganaría si exhibiera más belleza, un vocabulario más rico, una sintaxis más elegante, más noble, más preciso. La teoría clásica de los estilos distinguía el estilo bajo, el medio y el sublime. Habitualmente el lenguaje periodístico se mueve en una zona media, prácticamente neutra, con un vocabulario demasiado pobre.

Deben disculpar que esto se lo diga un poeta y un profesor de la cultura clásica, un mundo que ni en Roma ni en Grecia conoció el periodismo. Se nota, eso es cierto, una calidad de lenguaje distinta. Se nota que Virgilio o Dante no padecieron la perturbación de los medios. No sé si me otorga alguna legitimidad la atención constante que dedico a la prensa, la radio y la televisión.

Apenas tengo experiencia en prensa, salvo haber colaborado durante una década en los periódicos ABC primero y El País después. Me ocupaba sólo de reseñas literarias, hice algunas entrevistas y redacté algunos artículos. Durante muchos años he meditado enviar colaboraciones de opinión a los periódicos. Cada tema polémico que surge me incita a escribir algo. Nunca me decido a enviarlo. Salvo una vez, que envié un artículo a un periódico local de Salamanca. Fue hace años, después de una tala masiva de árboles que se produjo en la ciudad. Cambié un viejo proverbio universitario que a todos les sonará, para dejarlo así: Quod natura dat, Salamantica deforestat. El periódico lo rechazó. Cuando llamaba a la redacción de cualquiera de los dos periódicos en que he colaborado, notaba al instante la diferencia abismal entre nuestros pulsos vitales. También sucede cuando recibo la llamada de un periodista. Un día del pasado verano me llamaron de El País Semanal. Querían que eligiera los diez libros que habían marcado mi vida. “Dentro de una hora te llamo” —me dijo el periodista— “no te lo pienses mucho”. Un encargo similar, el de la biblioteca del náufrago, lo recibí de la Fundación Siglo para las Artes de Castilla y León. Lo planteó unos meses antes y el resultado se ha publicado varios meses después. La encuesta de El País la leyeronmillones de personas. El libro de la Biblioteca del Náufrago la leerán unos cuantos centenares, pero su pulso está más cerca del hace latir un corazón humano. Con la velocidad con que se trabaja en un periódico es como si viviéramos unos días. Si todo va muy lento, podemos vivir como si no fuéramos a morir. Una hermosa ilusión que los filósofos llamaron sub specie aeternitatis. Bajo la apariencia de eternidad.

Cuando entran en contacto el lenguaje periodístico y el lenguaje poético ambos en estado puro, se producen algunas sorpresas. En otros países es relativamente frecuente encontrar poemas en la prensa. No tanto en la española. A pesar de ello, entre las páginas de cultura y los suplementos literarios, muchos poetas han publicado sus versos en las grandes cabeceras nacionales. Yo recuerdo cuando publiqué uno en El País. Entre mis versos había deslizado dos de un clásico español, la Epístola moral a Fabio, que decían: “un ángulo me basta / un libro y un amigo, un sueño breve”. Los poetas estamos acostumbrados a que se nos diga que un lector corriente (el que lee, por ejemplo, el periódico) no comprende la poesía. Para mí fue una satisfacción que esas dos líneas que yo había rescatado, escritas cuatro siglos antes por un gran poeta, tan desconocido que para muchos sigue siendo anónimo, fueran tan comprensibles como el resto de la página del periódico. Si no más. Porque “un libro y un amigo, un sueño breve” sigue siendo una fórmula magistral, tan sencilla que a todos nos cura. En cambio, hemos de recordar un aviso que nos dan los lingüistas: muchas veces nuestros poetas clásicos no comprenderían los titulares de la prensa. Se suele objetar que se trata de realidades nuevas, que en otros siglos no existían. Pero no. Es esa precariedad general del lenguaje la que da lugar a curiosos monstruos que para nosotros son invisibles y a ellos les horrorizarían. Un ejemplo: el Rey Juan Carlos, la Reina Sofía, reyes como todas las parejas reales que les precedieron. Pero hay una universidad que lleva el nombre del Rey. La prensa puede encabezar así una noticia: La Rey Juan Carlos (o la Carlos III) tendrá más estudiantes. Y nuestro centro de arte contemporáneo lleva el nombre de la Reina: El Reina Sofía. Un periódico puede dar con toda naturalidad este titular monstruoso: El Reina Sofía y La Rey Juan Carlos firman un acuerdo. Sorprendente para Cervantes.

Para un poeta es un regalo ver un poema publicado en un medio de gran difusión, los lectores que habitualmente se mueven en los centenares o millares, pasan a centenas de miles, cuando no millones. Por mucho que un poeta sea invulnerable a las cantidades, ésas magnitudes se vuelven cualitativas para él. Hay otros datos cualitativos: algunos de los periódicos españoles pasan a diario por debajo de la puerta de la Casa Blanca, y hasta allí se coló el poema que escribimos en una noche de amor o de tristeza. Obama lo leerá. Hay milagros mayores. En mi caso, el día en que vi un poema (de tema deportivo) publicado en las páginas del Marca. Más que cruzar el umbral de la Casa Blanca supuso saber que el poema estaba entre la gente, manoseado sobre las barras de los bares, ante los ojos de aquellos a los que sólo interesa el fútbol, el baloncesto o el tenis. Eso es lo que técnicamente se llama milagro. Borges dijo “algún día haremos milagros”. Santiago Segurola lo hizo, después de haber hecho otro, ser un periodista con prestigio en el área de deportes y en la de cultura.

Imaginemos por un instante una página de periodico como un meticuloso rompecabezas cuyos rectángulos están formados por billetes de distintas cifras de euros. Toda su geometría es dinero. No queda nada que no haya sido comprado o pagado en esa página, ni siquiera en los diarios gratuitos. La noticia, la columna de opinión, la fotografía, la publicidad, el faldón, el anuncio de contacto erótico, la esquela. Todo ha tenido un precio. Excepto un poema. Como ya he contado, la poesía —digámoslo así en principio— no vale nada en un periódico español. Si Antonio Machado después de escribir: “Olmo, quiero anotar en mi cartera / la gracia de tu rama verdecida” lo hubiese publicado en un periódico, no habría recibido ninguna retribución. En cambio, si alguien escribe una reseña sobre el poema de Machado (es decir, lenguaje de sengudo grado), sí se le retribuye, como un artículo. Y lo mismo si es de tercer grado, por ejemplo una reseña sobre un ensayo que hable de la poesía de Machado. También se paga al articulista. Pero no al poeta. ¿Por qué? Algunos de mis colegas poetas se quejan. Yo me limito a constatar que es un hecho de lógos: el lenguaje menos sometido a la servidumbre económica se inserta en el más sometido. No digo que la poesía no esté sometida a esas servidumbres. Digo que son el que menos y el que más. Cada uno tiene sus gratificaciones y su lógica. En la página construida con distintos billetes de euro el poema aparece limpio de contaminación capitalista. Por eso es menos precario. La poesía existió antes que el dinero. Virgilio pudo escribir que en la época arcaica nacían flores con el nombre de los reyes (es decir, lo que luego serían monedas). Y Lorca humanizó completamente el dinero al usarlo como metáfora para el perfil de uno de sus héroes: “viva moneda que nunca / se volverá a repetir”

Exceptúo por supuesto casos singularísimos. Tanto que sólo conozco uno. Precisamente de Lorca. Sus Sonetos de amor se publicaron en edición íntegra por primera vez en un periódico, ABC, hace dos décadas. Lo singularísimo estaba en la talla del poeta universal, en el hecho de que fuera un periódico conservador el que daba por primera vez unos sonetos de amor exclusivamente masculino —todavía se llamaron Sonetos del amor oscuro—. Lo más singular que un periódico dedicara toda su portada a la fotografía de un poeta y a que distribuyera por España y por el mundo la primicia prodigiosa de una colección de sonetos de amor digna de Petrarca o de Quevedo: “¿Te gustó la ciudad que gota a gota / labró el agua en el centro de los pinos? / ¿Viste la grieta azul de luna rota / que el Júcar moja de cristal y trinos?” Eso en todos los kioscos, en todas las estaciones y aeropuertos resume perfectamente cómo unas páginas quebradizas pueden quedar tocadas por la inmortalidad.

En ocasiones el periodista sabe que está redactando —él mismo, no porque traiga grandes textos ajenos— frases para la historia. La precariedad general queda en suspenso ante la magnitud de lo contado. Son los titulares a cuatro o cinco columnas. El lector reconoce entonces que está enfrentándose a lo excepcional. Lo sabe desde lejos, sin necesidad de comprar el periódico. Las palabras le traen magnos cambios políticos como en la historia, catástrofes como en la tragedia griega, guerra y paz, como en la novela rusa del XIX. Todavía el idioma periodístico puede retratar a un protagonista. Por ejemplo, el anterior Papa. La víspera de su muerte, dos periódicos españoles, El País y La Razón, presentaban titulares que contaban exactamente el mismo acontecimiento. El País escribía: “El Papa agoniza”. La Razón: “Juan Pablo II en las manos de Dios”. Tal como estaba la saturación informativa esos días, en los que televisión, radio e internet llevaban la delantera, la prensa escrita se especializó en tratarlo en términos excepcionales. Más cercanos al lenguaje poético. La prosa caminaba por el paisaje de la historia, de la biografía, de la filosofía. El titular escrito cumple su objetivo: ser guardado. Cualquiera de los dos ejemplos que les he dado es memorable. No es la noticia lo que se adquiere, sino el lenguaje que se impone a lo precario del mundo, cuya expresión más alta es la muerte. “El Papa agoniza” no añadía nada a lo ya sabido. Constituía una opción sobria, laica, moderna, tan despojada que rayaba la pobreza verbal, sujeto y verbo. Estilo medio, tendente al minimalismo. “Juan Pablo II en las manos de Dios” es la muestra contraria. No ya por la ausencia del verbo. Sino por el nombre de Dios escrito con grandes caracteres en la primera página del periódico. Además, una metáfora antropomófica de la divinidad, que hace imaginar al lector la pequeñez del ser humano en su momento último. ¿Son aceptables el nombre de Dios o las metáforas en un periódico, que por naturaleza es una criatura de la modernidad? ¿No son síntomas de lo poético, puesto que impulsan el lenguaje hacia lo alto? ¿Dónde está lo sublime, en el idioma desnudo o en el ornamentado? Para los ateos o laicistas Dios no debe nunca aparecer en el periódico, porque no forma parte de la realidad. Su existencia tendría que ser demostrada. Algunos creyentes han optado desde hace siglos por la postura contraria. Sostienen que los ateos deben demostrar que Dios no existe, puesto que todo en el mundo nos habla de su existencia, por ejemplo el florecimiento general de la primavera que vivimos estos días. Un debate filosófico de siglos se escondía bajo esos dos titulares contrapuestos, que el quiosquero había colgado uno junto al otro, en una admirable muestra de la yuxtaposición posmoderna. Había una solución más simple: ese titular “en las manos de Dios” reproducía literalmente unas palabras del portavoz de la Santa Sede, que era por cierto un periodista español. Esas palabras habían sido realmente dichas. Había un pequeño juego con las comillas que quizá era gran juego. Lo cierto es que los lectores tradicionales podrían pensar que estaban tirando un euro si compraban un periódico que no les daba ninguna noticia: “El papa agoniza”. Los progresistas pensarían que tiraban su euro si compraban el titular de las manos de Dios. Todos estaban tirando un euro, porque todos sabían ya esa noticia desde hacía días. Sin embargo, ese día se vendieron muchos más ejemplares. Porque no se compraba el lenguaje precario de todos los días, sino una página extraordinaria. Éste es el punto en el que hay que invocar un principio esencial de libertad política: una verdadera democracia permite a sus ciudadanos elegir, comprar y exhibir libremente el periódico que prefieran. Llevarlo de la mano, leerlo sin tener que protegerse. Sin acosos directos ni indirectos. Si falla esta faceta de la libertad de información, está fallando la democracia entera. Todavía la España democrática necesita que se le recuerde esto.

El periódico puramente poético tendría un ejemplar único. Si fuera escrito con perspectiva inmortal, no cambiaría nunca, bastaría con una edición inmutable. El ejemplo más bello lo imaginó el poeta Rafael Pérez Estrada. Escribió una pequeña pieza teatral titulada “Desayuno de una Dolorosa Andaluza” que sucedía en estos días del año en los que nos encontramos, en vísperas de la semana santa. La Virgen estaba todavía en la cama. Un ángel objetor de conciencia le traía el desayuno: zumo de naranja y una bandeja en la que venía el periódico. Un ABC extraordinario, porque era todo de plata. La Virgen lo ojeaba sin esperar sorpresas. El poeta apuntaba una línea muy hermosa,con la misma música que un verso alejandrino: “cruje la plata antigua en el viejo ABC”. Cuando Rafael Pérez Estrada nos dejó me correspondió despedirlo con una suerte de obituario en el mismo ABC, en el que pude incorporar esa frase inolvidable, que mezclaba admiración e ironía, hasta convertir el periódico en un objeto precioso más. En un mundo eterno el material del periódico sería noble, como la plata o el oro. Claro que no lo fabricarían periodistas, sino orfebres o joyeros. En el dominio del idioma esos son los poetas.

Antes de terminar enumero algunos asuntos que no voy a tratar. Apenas me he referido a la radio, que es mi medio de comunicación preferido, pero los poetas estamos acostumbrados a las paradojas. Por eso mismo felicito a la nueva televisión CyL, que no parece una televisión regional. Nombro los tres periódicos de Salamanca, El Adelanto, La Gaceta y Tribuna, porque es un excelente índice cultural que una ciudad pequeña sostenga tres cabeceras. No podré explicar por qué la lectura de los periódicos locales engendra esa mezcla de serenidad, asombro y sentido del humor que tanto relaja. Me gustaría hablar de una noticia de El Norte de Castilla de hace dos semanas que me quedé con ganas de conseguir: se titulaba Vida poética. No he mencionado los periódicos que ponen viejos adagios morales en sus cabeceras, como sigue haciendo El Mundo. Hace algunos años eligió uno maravilloso, digno de Chesterton: “conviene que digas la verdad de vez en cuando para que cuando mientas te crean”. Me gustaría explicar a los más jóvenes por qué los periódicos progresistas son más rigurosos en su línea ideológica, mientras que los periódicos conservadores incorporan colaboradores de todo signo. Parece que unos ganan en coherencia, los otros como mínimo en amenidad. También habría sido agradable meditar sobre los formatos de los periódicos, manejables e inmanejables, sobre todo a propósito de aquel golpe de Umbral: “España es la grapa del ABC”. Hubiera querido hablar de los nombres mismos de los periódicos, al menos de los dos más nuevos: Público, con ese sustantivo compacto que todo lo dice, y La Razón, que rescata ideales deliciosamente decimonónicos. Invito a nuestros jóvenes a que lean periódicos muy diversos y, si es posible, a que se dejen ver con ellos de la mano. Si han de comprar sólo uno, que sea el más contrario a sus ideas.

Un proverbio británico afirma que el día que uno comienza leyendo el periódico y termina cenando con amigos nunca puede ser un mal día. Esa pequeña felicidad nosotros la tenemos casi asegurada hoy. Muchas gracias